23 de diciembre de 2012

Mariano: Un cuento de Navidad (en la Moncloa) por Tomas F. Ruiz - El #21D ha nacido del Pueblo, ha venido para quedarse en todo el mundo...


Mariano:
Un cuento de Navidad

 



  En aquella Nochebuena la nieve caía mansamente sobre los extensos parterres que rodeaban el palacio de la Moncloa. El Jardín del Barranco y la Fuente del Amor se habían cubierto ya con un inmaculado manto blanco que los hacían parecer más puros e impolutos. La piscina, que en verano servía para que se bañaran los hijos del presidente, se había helado completamente y ahora su superficie estaba cubierta por una gruesa capa de hielo que permitía patinar sobre ella.
  Eran las diez de la noche y un profundo silencio envolvía los jardines del palacio. La luz blanca de las farolas ralentizaba la caída de la nieve sobre los senderos. Los copos se depositaban suavemente sobre las fuentes y los bancos de piedra. Los cipreses, en su retadora verticalidad, vestían de blanco los negros e inhiestos menhires de sus copas. Todo parecía estar envuelto en una paz conmovedora.

  Mariano se encontraba de pie en su despacho, mirando como caía la nieve a través de la ventana. En la penumbra del exterior le pareció distinguir una sombra huidiza, una sombra negra que, moviéndose sigilosamente, planeaba ingrávida sobre los parterres y serpenteaba entre las copas de los cedros. Se estremeció cuando le pareció percibir unos ojos mirándole desde lo más profundo de aquella sombra. Se sintió súbitamente conmocionado, pero dejó que su razón se impusiera y se explicó que aquella alucinación pasajera sólo podía ser provocada por el exceso de trabajo. Esperaba que la decisión de trabajar incluso en las tradicionales fechas navideñas, sirviera como ejemplo de austeridad para todos sus desalentados súbditos.
  -Esta nieve no nos traerá nada bueno –comentó Mariano a su secretario, atareado junto a él en ejecutar implacables recortes en la economía de todo el país-. Las comunicaciones se interrumpirán y habrá zonas que se queden aisladas. Con todos los problemas que se nos han venido encima, sólo nos faltaba esto. Carecemos de presupuesto para contratar máquinas quitanieves.
  A Mariano siempre se le acrecentaba el mal humor cuando llegaban estas fechas navideñas.
  -Sin embargo –argumentó tímidamente el secretario- tendremos unas navidades blancas. Eso siempre reconforta a la gente, Excelencia.
  -Por mucha nieve que caiga, no creo que acepten resignadamente este nuevo paquete de recortes. Verás como los sindicatos y la oposición vuelven a soliviantar al pueblo y nos lo sacan otra vez a la calle… Una nueva huelga general afectaría mucho nuestro prestigio. Los socios internacionales están empezando a inquietarse con tanta agitación social.
  Las tijeras con que el secretario recortaba los textos de las leyes sonaban secas e implacables a cada nuevo y sangrante corte. Hoy recortaban la Sanidad, mañana sería la Educación, pasado le tocaría al mercado laboral… La ingrata tarea de recortar asignada al subordinado había aumentado preocupantemente en los últimos meses. La economía del país se hundía a causa de tanto tijeretazo.
  -Bien, hemos trabajado suficiente por hoy –dijo entonces Mariano-. Ya son las diez de la noche, así que puede recoger sus cosas y marcharse.
  En silencio, el secretario ordenó el escritorio, se puso el abrigo y la bufanda, y se dirigió discretamente hacia la puerta.
  Antes de salir quiso dedicar a su jefe alguna palabra amable.
  -¿Me permite Su Excelencia que le desee una feliz Navidad? Espero que pase una acogedora Nochebuena.
  -Bien, bien –respondió con evidente molestia Mariano-. Márchese ya y déjese de felicitaciones. Sabe que detesto estas fiestas. Sólo traen gastos y derroches innecesarios. Todo lo que nuestros súbditos se gasten en celebraciones y regalos, será dinero perdido para las arcas del Estado.
  -Aun así, Señoría, nunca viene mal que la gente disfrute un poco. Son fechas entrañables en las que todos desean mostrarse buenos y generosos.
  -Lo que el pueblo debe mostrarse –replicó Mariano molesto- es obediente y resignado. Deben comprender que todo este programa de austeridad es inevitable y necesario… Vamos, márchese ya y déjeme solo. Aun tengo mucho trabajo por delante.
  El secretario salió del despacho.
  A Mariano le disgustaba cada vez más el espíritu alegre de estas fechas. La gente en Navidad se gastaba el dinero en inútiles regalos y todo eso no fomentaba el clima de austeridad que imponía su gobierno. Ese dinero hacía falta para cubrir la asfixiante deuda externa, para pagar los inconmensurables créditos contraídos con bancos extranjeros y para llenar de nuevo las cajas fuertes de los bancos propios, unas cajas que inexplicablemente se habían quedado vacías de la noche a la mañana. Cada céntimo que pudiera arrebatar a sus ya empobrecidos súbditos, resultaría decisivo para equilibrar la balanza de pagos. Cada moneda que hiciera recaudar al Estado, podía resultar determinante para llenar de nuevo las vacías arcas de la nación.
  No se sintió afectado por el hecho de que su mujer, harta ya de tanta austeridad, se hubiera marchado con los niños a casa de sus padres, con la excusa de pasar allí las navidades pero con la convicción de no volver a palacio nunca más. Él detestaba unas fiestas como estas, intrínsecamente derrochadoras y banalmente improductivas. Mariano se quedó en la Moncloa, donde pasaría unas navidades austeras y sobrias.
  La cena le fue ofrecida por dos camareros de palacio. La larga mesa del comedor sobre la que le servían los platos estaba silenciosa y vacía. Mariano comió maquinalmente, sin saborear apenas la sopa y el pescado que le trajeron. Apenas acabó de cenar, se levantó para retirarse a sus habitaciones.
  -Feliz Navidad, Excelencia –le dijeron sus sirvientes mientras traspasaba la puerta del amplio comedor palaciego.
  No recibieron ninguna respuesta.
  Mariano atravesó el Salón de las Columnas sin tan siquiera encender las luces. La estancia se iluminaba sólo con la escasa luz de las farolas del exterior. Sus pasos resonaban con eco sobre el pulido suelo de mármol. Cuando alcanzó la escalera que conducía a la primera planta, donde estaba su dormitorio, le pareció ver de nuevo la efímera y oscura sombra que antes intuyera en el jardín. Levantó la vista y comprobó que aquella sombra fantasmal lo seguía, deslizándose sigilosa y calladamente por el techo. Pensó que debía retirar las sedas perfumadas que cubrían las paredes del palacio. Sus emanaciones debían ser las responsables de aquella alucinación. Aceleró el paso para llegar cuanto antes a sus aposentos.
  En su dormitorio, Mariano se quitó la ropa, se puso el camisón con que habitualmente dormía y se introdujo en su cama, que le pareció más solitaria y fría que nunca. A su alrededor, el perfume de las sedas impregnaba también las sabanas del lecho.
  Apenas hubo apagado la luz, pudo distinguir como la fantasmagórica sombra que llevaba toda la noche acosándole tomaba forma. Aquel espectro se movía silenciosamente a través de la densa oscuridad que envolvía la habitación. Acabó situándose a los pies de su cama. Mariano lo miraba atemorizado. Observándola más detalladamente, pudo reconocer los rasgos de Manolo en el rostro de aquella inquietante aparición. No daba crédito a lo que sus ojos veían. Manolo había sido el fundador de su partido. También había sido un mecenas imponderable en su irresistible carrera hacia la presidencia del país. Mariano se percató de que aquel espectro arrastraba unas herrumbrosas y enormes cadenas que lo mantenían pegado al suelo.
  -¿Qué quieres de mí? –fue lo único que se le ocurrió decir ante aquella temible aparición- Tú llevas un año muerto… ¿Por qué me persigues ahora?
  ¿Y qué significan esas pesadas cadenas?
  Una voz profunda le contestó.
  -Estas cadenas son la carga de mis pecados. Así es como tendré que pagar todo el daño que en vida hice a mis semejantes.
  -Pero si tú fuiste uno de los grandes padres de la patria Manolo… ¿Quién se ha atrevido a ensuciar tu nombre?
  -Eso pensaba yo, pero en el juicio final fueron implacables… Presentaron contra mí pruebas que nunca imaginé pudieran ser malas acciones… Pero eso no importa ahora. Vengo a decirte que esta noche te visitarán tres espíritus: el de las navidades pasadas, el de las presentes y el de las futuras. Ellos te mostrarán lo que has sido, lo que eres y lo que serás. Vendrán para ofrecerte una última oportunidad, antes de que tu usura, tus programas de austeridad y tus recortes se transformen en cadenas mucho más pesadas que estas que ahora contemplas. El primer espíritu llegará apenas suenen las doce campanadas de la medianoche.
  Antes de que pudiera contestar nada, aquella aparición se volatilizó, dejando la estancia de nuevo vacía y silenciosa. Mariano se estremeció. Durante unos minutos se sintió desconcertado. Sentado en la cama, dudaba de su razón. Se intentó convencer de que algo en la cena le había sentado mal y estas alucinaciones eran sólo producto de una mala digestión. Manolo llevaba ya un año muerto y resultaba imposible que pudiera volver del más allá.
  Decidió intentar conciliar de nuevo el sueño.
  Apoyó su cabeza sobre la almohada y cerró los ojos para dormir. Pero no lo conseguía. El reloj iba marcando las medias y los cuartos de hora sin que Mariano se durmiera. Escuchó la primera campanada de la medianoche y no se inmutó. A medida que iban sonando las doce, una intensa luz inundó toda la estancia, haciéndole abrir los ojos y contemplar una vaporosa aparición. Aquel fantasma tenía cuerpo de niño, pero algo en su rostro evocaba los rasgos de un anciano.
  -Soy el espíritu de las navidades pasadas –susurró en el oído de Mariano.
  El espíritu lo invitó a salir de la cama. Mariano no se atrevió a contradecirlo. Apenas abandonó el lecho, se vio tomado por los hombros y transportado en volandas fuera del palacio. Mientras se elevaban en el cielo, como sólo el licenciado Torralba hubiera alguna vez volado en brazos de Ezequiel, Mariano vio la inmensa ciudad, el sufrido reino que se extendía generosamente a sus pies.
  El espíritu lo llevó volando hasta Finisterrae, ya en los confines del país. Cuando comenzaron a descender, Mariano reconoció que había sido llevado en volandas a su misma tierra natal. El espíritu planeó sobre la ciudad, se dirigió hacia las torres de una elegante catedral y finalmente lo depositó, sano y salvo, sobre el blanco y adoquinado pavimento de una plaza rectangular. Sentado en las escalinatas que daban acceso a la entrada de la catedral, embutido en un grueso abrigo y cobijado con una bufanda, había un niño solitario y silencioso leyendo un libro.
  -Así eras tú –le dijo el espíritu-. Así celebraste las fiestas de aquella lejana Navidad.
  Mariano no pudo evitar que un golpe de nostalgia le hiciera recordar aquella ciudad donde había nacido.
  Habló al espíritu.
  -Entonces la vida era diferente. Se podía disfrutar de la paz de la Navidad. El mundo estaba cabalmente organizado: cuando los gobernantes tenían que tomar decisiones difíciles, los súbditos las acataban sin rechistar. Nada que ver con el pueblo insumiso en que se han convertido hoy en día. Ahora todo son manifestaciones, huelgas y protestas contra mi política de austeridad… Este país se ha hecho ingobernable.
  -¿Qué esperabas? –le respondió el espíritu-. Toda paciencia tiene un límite. Pero ahora mírate a ti mismo. Mira con que tristeza viviste aquella Nochebuena… Entonces eras un niño inocente, solo y abandonado por tus amigos. Te refugiabas en la lectura. Siempre estabas leyendo y te conocías los nombres de todos los personajes de las novelas de la época.
  Sin poderlo evitar, una profunda sensación de pena acongojó a Mariano.
  -¡Pobre muchacho! –dijo lleno de piedad hacia sí mismo-. No, apártame de aquí. No lo quiero ver más. Ese mundo ya pasó. No tiene sentido recordarlo ahora.
  -Está bien –le dijo el espíritu-. Como tú quieras.
  Y tomándolo de nuevo por las mangas del camisón, el espíritu de las navidades pasadas lo elevó y lo llevó, a través del tiempo y del espacio, a una bella isla situada no muy lejos de allí. Mariano se vio frente a su propia boda.
  -Y de estas navidades… ¿Tampoco te quieres acordar ya?
  Su mujer resplandecía de felicidad frente al altar. Él mismo, con su elegante traje de ceremonia, parecía plenamente feliz aquel día de su boda. Había conseguido una esposa bella y complaciente que estaba profundamente enamorada de él. Tras dieciséis años de casados, con dos hijos ya crecidos, se había convertido finalmente en presidente del país. Estaba en la cúspide del poder y tenía una familia ejemplar... ¿A que más podía aspirar? Su esposa, sin embargo, parecía cada día más triste y acongojada.
  -He visto como han ido desapareciendo tus más nobles aspiraciones –le dijo un día antes de abandonarlo-. La única pasión que te queda ahora es escatimar el dinero a tus súbditos. En tu corazón ya no hay sitio para mí y para tus hijos. Solo piensas en recortar. Te abandonamos porque no quiero pasar contigo ni una Navidad más.
  -¡No me atormentes más! –suplicó Mariano al espíritu-. ¡No me muestres más escenas de mi vida pasada! No quiero pensar más que en el presente. El pasado, pasado está.
  Acercando su luminosa cara de niño hasta sus mismas narices, el espíritu le respondió.
  -¿De verdad piensas así?
  Un remolino de arrepentimiento lo envolvió apenas escuchó aquellas palabras. Se sintió inmensamente infeliz por haber perdido toda la fe en la Navidad que tuvo en otros tiempos. La tristeza fue tan incontenible que Mariano comenzó a llorar. Y fue como si las lágrimas lo consolaran, transportándolo hacia un mundo más suave y benigno, el mundo de su dormitorio en el palacio presidencial, donde el sueño lo acabó venciendo y se durmió.

  A la una de la madrugada hizo su aparición el segundo de los espíritus de la Navidad: el espíritu del presente.
  En este caso, la aparición ofrecía el aspecto de un impresionante gigante. Mariano observó que en su mano llevaba una antorcha encendida con forma de cuerno de la abundancia, de la cual salía una intensa llama amarillenta que extendía su luz por toda la estancia. El nuevo fantasma estaba situado en la cúspide una inaccesible montaña de papel formada por todos los decretos con recortes económicos, rebajas salariales y ajustes presupuestarios de su gobierno.
  -¿Quien eres tú? –preguntó Mariano.
  -Soy el espíritu del presente –le contestó una recóndita voz.
  La fantasmagórica aparición le pidió que se agarrara a su túnica. Apenas lo hizo, se vio transportado de nuevo por los aires.
  -Observa –le dijo el nuevo espíritu mientras volaban sobre la ciudad- como bajo los nevados tejados de todas esas casas la gente intenta pasar una feliz Navidad.
  Penetraron al interior de uno de aquellos hogares atravesando sin dificultad los cristales de la ventana. Dentro, un grupo de comensales charlaban en torno a una mesa. Como en su anterior estado, nadie reparaba en ellos. Eran invisibles para todos los congregados allí. Este era el hogar de su secretario, donde se había reunido toda la familia para celebrar la Navidad.
  Inmovilizado en una silla de ruedas y con la cabeza volcada hacia atrás, el hijo del secretario apenas podía mover los ojos para mirar a los demás. El niño padecía una enfermedad degenerativa y cada día empeoraba más. Las medicinas y tratamientos que antes se le ofrecían sin cargo alguno, ahora resultaban tan costosos que sus padres no los podían pagar. El espíritu del presente lo invitó a escuchar de lo que hablaban los comensales.
  -Yo me he quedado en paro y ya no me dan ningún subsidio –comentaba apesadumbrado uno de los hermanos del secretario-. Su Excelencia ha decidido suprimir de golpe todas las ayudas que daba el estado a los parados de larga duración. Si no fuera por ti, hermano, no habría podido celebrar con mi mujer y mis hijos esta cena de Navidad. Te doy las gracias.
  -A mí me acaban de echar de la fábrica en la que llevo trabajando más de veinte años –dijo uno de los primos del anfitrión-. Como el gobierno de Mariano ha suprimido todo tipo de indemnizaciones, a los patronos les sale más rentable poner en la calle a los trabajadores veteranos y contratar a jóvenes por sueldos miserables. Tampoco podría haber tenido una cena navideña como esta si no llega a ser por ti, querido primo. Yo también te doy las gracias.
  -Desde que me desahuciaron del piso estoy viviendo en un hospicio –contaba la abuela de todos los que se encontraban allí-. Todo gracias a los cierres de residencias públicas de ancianos que ordenó tu condenado jefe. No sé que será de mí a partir de ahora. Soy una anciana y, sin un hogar digno, duraré bien poco. Pero me alegro de estar esta Nochebuena aquí, en compañía de todos mis hijos y nietos.
  El anfitrión alzó su vaso para brindar por una feliz Navidad. No había champagne, su dramática situación económica no se lo permitía, así que todos brindarían con vino peleón.
  -Feliz Navidad para todos –dijo el secretario-, hasta para Su Excelencia don Mariano, presidente del país.
  Los contertulios se sintieron reacios a aceptar aquel brindis por un hombre que tan fatalmente había deteriorado sus vidas.
  -Vamos, os pido un poco de comprensión –aclaró el secretario-. Mariano es un hombre rico y poderoso, pero infeliz. Vive completamente absorbido por sus planes de austeridad. Además, gracias al sueldo que me paga, por muy miserable que este sea, esta noche nos hemos podido reunir todos aquí.
  -Mariano es la razón de que todos hayamos empobrecido hasta este extremo –dijo el hermano mayor del secretario-. Su gobierno nos ha ido despojando de todo lo que teníamos hasta dejarnos sin medios para subsistir. Un hombre así no merece que brindemos por él. Si insistes en nombrar a ese desalmado en esta noche, abandonaré esta mesa y me iré.
  -Está bien, no discutamos en una noche como esta –llamó a la concordia otro hermano-. No brindaremos por el indeseable don Mariano, pero si lo haremos por su secretario, gracias al cual nos hemos podido reunir aquí toda la familia y celebrar dignamente la Navidad.
  Entonces sí que todos levantaron sus copas y hubo un brindis general.
  Mariano imaginó cuantos miles de familias como aquella estarían reunidas aquella Nochebuena para compartir una cena frugal. Todos estarían maldiciendo al responsable de su miseria, todos lo aborrecerían. Comprendió entonces que su política avara y su afán de restricciones lo habían convertido en el ser más detestado de todo el país.
  Se sintió tan apesadumbrado, tan profundamente afectado por la repulsión general que existía contra el, que comenzó a llorar.
  Dos nuevos espectros surgieron entonces por debajo de la túnica del espíritu. Eran dos niños, pero de aspecto tan terrible y espantoso que Mariano retrocedió.
  -¿Quienes son? –preguntó.
  -Son los dos terribles engendros que tu política está alimentando desde tiempo atrás: la miseria y la ignorancia. Ambos deben su terrible aspecto única y exclusivamente a ti.
  Aquellos dos repulsivos seres se arrastraron por el suelo hasta agarrar a Mariano por los faldones de su camisón.
  Aterrorizado, Mariano comenzó a gemir. Un incontenible pavor se apoderó de él y lo arrastró hacia un torbellino del que nunca creyó que podría salir.

  Se vio de nuevo en su dormitorio cuando el reloj marcaba una hora más.
  Entonces apareció el espíritu de las navidades futuras.
  Mariano, aun afectado por la angustia que las visiones anteriores le habían provocado, no se percató de su presencia hasta que éste se le plantó frente a la cara y, mirándole con pavorosos ojos, le arrojó su aliento letal. Su apariencia era terrorífica: largos y sarmentosos dedos le salían de un brazo al que ya sólo se le notaban los huesos; tenía el rostro oculto tras una negra embozada que lo mantenía siempre en la oscuridad; colgantes harapos de su andrajosa vestidura envolvían su inquietante silueta en un halo espectral... El inmóvil fantasma permanecía a su lado sin decir nada. Sobre su cabeza pendía una amenazadora guadaña. Entonces Mariano supo que este espíritu del futuro le mostraría un cuadro mucho más patético que el de los dos anteriores: el momento en el que la muerte lo habría alcanzado ya.
  El espíritu le indicó con la mano que lo siguiera. Aun más aterrorizado que en las dos anteriores ocasiones, Mariano se levantó y cumplió sumisamente los deseos del fantasma.
  Súbitamente se hizo de día. Era una luminosa mañana de Navidad y se encontraban en medio de una calle donde paseaban numerosos viandantes.
  El espíritu lo depositó frente a un kiosco de prensa y allí, en letras gigantes, pudo leer en la primera página del diario una noticia que lo petrificó:    
  EL PRESIDENTE MURIÓ EN LA MADRUGADA DE AYER. A su alrededor, la gente comentaba la noticia.
  -Por fin el avaro de don Mariano se llevó su merecido. Espero que en el juicio final lo condenen al fuego del infierno para toda la eternidad.
  -Así es, pensé que nunca nos íbamos a librar de él.
  -Por muy poderosos que sean, a todos los cerdos les llega su San Martín.
  En la lontananza se oía el plañir a muerto de roncas campanas.
  El espíritu transportó a Mariano hasta el cementerio. Frente a una fosa abierta, un pequeño grupo de personas se convocaban en torno a un sacerdote. Entre ellos estaban sus sobrinos, su fiel secretario y algunos de los miembros más significativos de su gabinete. Mariano se estremeció cuando vio escrito en la lápida su propio nombre. Asistió desconsolado a toda la ceremonia de su entierro. No supo cómo, pero súbitamente se vio metido en la fosa donde lo iban a enterrar. Cuando el sacerdote arrojó agua bendita sobre el féretro y recitó el “Requiscat In Pace”, los enterradores comenzaron a echarle tierra encima.
  Mariano intentó salir de la tumba, pidió desesperadamente ayuda a todos los allí congregados. Pero nadie lo escuchaba, nadie parecía tampoco verlo.
  -¡Socorro! ¡Socorro! –gritaba- ¿Es que nadie me piensa ayudar?
  Mientras se esforzaba en trepar por las paredes del foso, las paladas de tierra de los enterradores le caían sobre los ojos y la boca, impidiéndole ver y respirar.
  -¡Sacadme de aquí! –gritaba preso del pánico- Os prometo que cambiaré. Seré un hombre generoso y nunca más os castigaré con nuevas medidas de austeridad.
  Pero nadie prestaba atención a sus gritos. La ceremonia había acabado y todos se iban de allí sin volver la vista atrás. Huían de su tumba como si fuera un lugar maldito, un lugar del que hay que alejarse para no tentar al mal.
  -¡Que alguien me ayude, por favor! –chillaba desesperado Mariano mientras la tierra le iba cubriendo el rostro-. Cambiaré, lo prometo que cambiaré. Anularé todas las medidas de austeridad, aumentare los sueldos, devolveré la Sanidad privatizada al Estado y haré que de nuevo la Educación sea gratuita y al alcance de todos los ciudadanos. Lo prometo que cambiaré. Nunca más permitiré que un banco eche de su casa a ninguna familia… ¡Que alguien me saque de aquí! Por favor… ¡Que alguien me ayude!
  El espíritu del futuro era el único que quedaba frente a su tumba. Una siniestra sonrisa se dibujaba en el oscuro rostro de aquel terrible ser.
  -No te esfuerces Mariano, nadie te escuchará. Todos desean verte muerto para que la vida en este país vuelva a la normalidad.
  El corazón de Mariano latía con fuertes palpitaciones, el aire le faltaba en los pulmones, los miembros se le agarrotaban intentando trepar para escapar del terrible destino que le esperaba en aquella fosa… Logró atrapar la pierna del espíritu mientras éste reía con carcajadas estentóreas. Se aferró a ella con todas sus fuerzas, resistiéndose a caer y hundirse definitivamente en la oscuridad de la muerte. De repente se despertó en el suelo de su dormitorio. Se acababa de caer al suelo y abrazaba una de las patas de la cama.
  Hacia tiempo que había amanecido. Un sol deslumbrante entraba por las ventanas en aquella mañana de Navidad, inundando toda la estancia con una luz cegadora y triunfal.
  Mariano se incorporó del suelo y se palpó todo el cuerpo. Comprobó con júbilo que no estaba muerto.
  -¡Estoy vivo! ¡Vivo aún! –gritaba lleno de alegría y dando tales alaridos que los mayordomos de palacio entraron en su habitación para ver qué le ocurría.
  Alborozado, Mariano los abrazó y besó a todos. Su desconcertante felicidad, aquel repentino cambio en el humor de su señor, atemorizaba a los sirvientes. Mariano daba saltos de alegría y bailaba con ellos mientras voceaba a diestro y siniestro: ¡Feliz Navidad!.. Feliz Navidad a todos.
  A continuación, mientras degustaba uno de los desayunos mas deliciosos de su vida, Mariano programó todos los pasos que debería llevar a cabo para acabar con su política de austeridad. Había decidido terminar para siempre con la penuria en que había sumido al país. Lo primero que haría sería mandar una caja de botellas de champagne de la Bodeguita del palacio al domicilio de su secretario, para que pudiera brindar dignamente por él en futuras ocasiones.
  Su rostro se iluminaba con una resplandeciente sonrisa mientras se hacía estos generosos propósitos.
  Fue en aquel momento cuando un mayordomo se le acercó por la espalda para ofrecerle el teléfono inalámbrico.
  La llamada telefónica provenía del más allá. Era un ángel quien lo llamaba. Un ángel femenino para ser más concisos, una Ángela de ojos azules y cabellos lacios cuyos dominios se extendían a lo largo de las riberas del Rhin.
  Mariano escuchó su voz a través del auricular… ¿Qué más sorpresas le tendría reservadas el Cielo para aquel día de Navidad?
  -Hola Mariano –habló la voz con acento germano-. Te llamo para felicitarte las fiestas, querido.
  -Feliz Navidad, Ángela, Feliz Navidad –se apresuró a responder Mariano a la voz del más allá.
  -Y para que veas lo mucho que me he acordado de ti en estos días –Ángela disfrutaba dando aquella noticia-, hoy mismo te voy a hacer llegar un nuevo paquete de medidas de austeridad.
   Mariano calló. Quiso decir algo pero se sentía como mudo.
  -Son medidas que deberás aplicar apenas empiece el año nuevo –ordenó la voz teutona-. Ya sabes que tienes que tener mano dura con tu pueblo o este se te sublevará.
  Unas carcajadas diabólicas salieron por el auricular antes de colgar.
  Aquella radiante mañana de Navidad perdió súbitamente todo su esplendor. Mariano comprendió que Ángela nunca le dejaría llevar a cabo los buenos propósitos que se había hecho para cambiar el destino del país. Muy por el contrario, tendría que aumentar los recortes y lo sumiría en una miseria aun mayor. Sin voluntad alguna, como abducido por aquella siniestra voz que acababa de escuchar, Mariano se resignó a continuar con sus implacables programas de austeridad.
  De nada sirvieron las advertencias que recibió de su extinto colega Manolo. Las visitas de los tres espíritus navideños cayeron en vano porque Mariano, terco como el que más, acató la voluntad de Ángela y se sometió sumisamente a los dictados de aquella valquiria infernal.


Tomas F. Ruiz
ruiztom@hotmail.com

 

 

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El #21D ha nacido del Pueblo,
ha venido para quedarse
en todo el mundo...

 
 
El 1 de enero comenzamos a preparar el #21D
Huelga Mundial de Trabajo y de Consumo 2013

 

Dedicado al Pueblo que ante todo busca la paz

 

Imágenes integradas 2


Las guerras, los genocidios, la pobreza..
las producimos cada uno de nosotros

con nuestros actos cotidianos injustos e
incoherentes al no sentir con el otro.

 
Sólo cambiando uno mismo
cambia el mundo que te rodea.

 Cambia tu para cambiar el mundo:

NO TRABAJES para ellos
NO CONSUMAS sus productos-servicios
NO SIGAS sus consignas neoliberales-imperialistas


  

Asamblea del Pueblo para el Consenso, Promoción y Difusión
de "21d - HUELGA MUNDIAL DE TRABAJO Y DE CONSUMO"

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